LA HISTORIA
La historia se desarrolla en un campo ubicado a 15 kilómetros al oeste de
Hernando, cerca de General Fotheringham, que años antes había sido adquirido
por el colono Bautista Fissore. Una vez acá se casó con Rosa Panero y formó una
gran familia con numerosos hijos.
A pocos metros de su casa, en la misma estancia, estaba la vivienda de Nicolás
Frossasco, casado con Margarita Panero y también padre de familia numerosa.
Así, Nicolás no sólo era arrendatario sino también cuñado del dueño de casa.
La tarde del sábado 16 de noviembre de 1918 era soleada y cálida sobre ese rico
solar de las pampas argentinas. Los hombres estaban en el pueblo y Margarita,
junto con su hermana Rosa, se preparaba para lavar la ropa en el tanque, junto
al molino. Antes de eso, no dejaron la tradicional rutina del mate de la siesta
campestre.
Las dos casas estaban muy cerca una de otra y era común que las dos hermanas
intercambiaran visitas. Los mates de esa tarde los tenían más merecidos que
nunca ya que habían trabajado duro durante toda la mañana. La noche anterior,
una fuerte tormenta del norte –esas que, según dicen las abuelas, son raras
pero muy peligrosas en esta zona– las había tenido a maltraer. El agua y los
fuertes vientos que llegaron habían echado por tierra muchas horas de trabajo
anterior.
Cuando Margarita salió de su casa, Pedro –el menor de los hermanos Frossasco–
quedó durmiendo en su cuna. Por ese motivo la orden hacia sus otros hijos (que
desde hacía rato estaban jugando con sus primos Fissore) fue clara: “Quédense a
la sombra de la pared y cuando se despierte Pedrito vengan a la casa de la tía
para comer algo”.
La tragedia
Bautista y Nicolás sabían que algunas paredes de las dos propiedades ya
merecían algún tipo de reparación, pero nunca imaginaron cuánta mella había
hecho la tormenta de la noche anterior.
Uno de los muros más deteriorados era el de la parte de atrás de la casa de los
Frossasco, justamente el lugar donde los chicos jugaban esa tarde.
Margarita se disponía a saborear su primer mate cuando un grito la sacudió: era
Espíritu Frossasco, quien llegó corriendo al lugar para decirles a su madre y a
su tía que la pared de la casa se había venido abajo. Las imágenes que allí se
vieron fueron de profunda desesperación pero en nada se comparaban con el
dantesco cuadro que presentaban ocho criaturas sepultadas debajo de los
escombros.
Cuatro hermanos Frossasco y cuatro Fissore, todos de entre 1 y 7 años, habían
muerto. Sólo se salvaron Espíritu Frossasco, Pedro Frossasco y Silvio Fissore. En
el momento preciso de la tragedia, los niños volvían corriendo todos juntos a
refugiarse en la sombra de la pared después de juntar flores silvestres. El
murallón de adobe ya carcomido en sus bases por el agua y debilitado por la
furia del viento de ese viernes por la noche, no dio para más.
La capilla
Los niños fueron velados todos juntos en el campo, en la casa de Bautista, y
ese velatorio también tuvo algo de particular: los niños fallecidos fueron
ubicados uno al lado del otro sobre un banco largo, de esos que antes se usaban
en el campo, especialmente preparado para la ocasión.
Los hermanos Frossasco fueron sepultados en el cementerio de Hernando mientras
que los Fissore fueron trasladados a Ballesteros, lugar de origen de Benito.
Tras la sepultura y con su gran dolor a cuestas, las dos familias tomaron
similares decisiones: Fissore vendió el campo y con su familia se trasladó a
Ballesteros. Frossasco dejó la vida rural para radicarse en el pueblo.
Antes de irse de estos lares para siempre, Benito dejó testimonio de lo que
allí había pasado: ordenó construir una capilla muy cerca del lugar de la
tragedia, el lugar que 105 años después sigue en pie como recordatorio de la
peor tragedia que la zona conoció en su historia.
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