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POSTAS
EN LA ZONA – Por Liliana Marescalchi
Había un sistema de Postas, que permitían la comunicación entre el Virreinato y España. A fin siglo XVIII se estableció y regló para mejor funcionamiento.
Pero, ¿qué eran las de postas?
Eran líneas de correos,
que se establecieron en cada dos o tres leguas, con la finalidad del recambio
de caballos y que permitieran, además, el descanso de los viajeros.
Los caminos eran sólo
huellas, que el baqueano podía reconocer, en caminos llanos y polvorientos, plagados
de peligros, principalmente de los malones.
En cada posta, había un
lugar destinado al descanso de los pasajeros que consistía en un cuarto de
adobe y techo de paja. Pocas veces tenía puerta y casi nunca mesa ni sillas. La
comida debía traerla el mismo paseante.
La administraba el “Maestro de Posta”, que debía saber leer
y escribir, (porque se llevaba registro de todos los movimientos) y los “postillones”, que acompañaban a los viajeros, hasta la siguiente posta, a fin
de regresar con los caballos facilitados.
Es decir, venía el
jinete portador del correo (el chasqui),
la diligencia o las carretas, paraban en la posta, allí se cambiaban los tiros
y aperos a otros caballos “frescos”, y
si la hora del día lo permitía, se continuaba el viaje hacia la siguiente
posta, en que se repetía lo mismo. En caso de tener que vadear ríos se disponía
de un “canoero” que pasaba a la otra
orilla.
Todo estaba reglado:
tarifa de lo que se debía cobrar, quienes trabajaban en las postas no se los
podía alistar para soldados, ni a sus postillones para tropa arreglada, ni
milicias; no se los podía embargar, ni tomar sus carruajes, ni caballos. Podían
permanecer en el puesto por dos años, que generalmente se extendía por muchos
más, en caso de su fallecimiento, su esposa podía continuar.
Todo viajero debía
presentar “un pasaporte” expedido por
autoridad competente, nadie podía llevar caballos propios y cada posta debía
tener un mínimo de cincuenta caballos, todos marcados con la letra P.
Como era una carrera de postas en la época Virreinal, se los llamó
caminos Reales, es decir, pertenecían al rey.
En esos primeros años, en nuestra zona corría el camino real desde lo
que hoy es Villa Nueva con “paradas”
en la Posta de San José (Cabral), Cañada de Luca y Punta del Agua, continuando
hacia Río Cuarto.
La posta de Punta del Agua, fue concedida en 1779, a don José Roque
Vázquez, de ilustre familia. Hay muy interesantes relatos de viajeros de la
época que nos dejaron sus impresiones:
“ ... muy de madrugada continuamos
nuestro camino por llanuras interminables hasta perderse de vista, y a las cuatro leguas llegamos a la Punta del
Agua, en donde está la posta, una capilla y tres vecinos, situada en la llanura
más nivelada que se encuentra en todo el camino desde Mendoza, rodeada de una
empalizada bien conservada para frutales, y granos de todo género, pero falta
el agua, porque el arroyo Tegua, que dista a siete leguas y antes fertilizaba
estos campos, se pierde hoy a una cierta distancia y en su lugar se ven
precisados los vecinos a valerse de algunos pozos providenciales que podrían
dar agua como a 200 cabezas de ganado, estando prohibido a los pasajeros darla
a sus caballerías sin expresa licencia.”
Cuando llega la revolución de 1810 y todos los cambios políticos que eso implicó, también afectó a las carreras de postas. Modificándose en parte los reglamentos, entre ellos que el Maestro podía tener “mesón, posada o pulpería”, pero el alojamiento era gratuito, al igual que el alimento, sólo se podía cobrar el trabajo de “cocinado”, debían tener, asimismo, huerta y aves de corral.
En Punta del Agua se seguían tejiendo historias, los descendientes Vázquez continuaban en la estancia, lo industriosa que había sido en la época colonial, por las continuas luchas intestinas, fue decayendo notablemente.
En 1820 se escribía de ella: “otra pequeña aldea con una capilla, cuya casa de posta está en un lugar retirado y consistente, como en muchos otros, de una pequeña vivienda, que más parece rancho que casa, pero que tiene cerca unas ruinas que indican la existencia anterior de un buen edificio y que ahora sirve para cocinar y hacer funcionar un telar. (…) Aquí vimos el algarrobo y las cochinillas con sus matas cerca de la casa, cuyos dueños las amasan en forma de torta para teñir. Obtienen un color anaranjado brillante del hollín, el verde y el azul, y otros más, de sustancias vegetales, hirviendo primero el hilado con alumbre, excepto para el color azul. Hacen ponchos y otros artículos para vestidos y tapicería, principalmente carpetas.
En 1821 proseguía un viajero: “Atravesamos unos malezales cubiertos de flores muy fragantes y llegamos a Punta del Agua en mejores condiciones. El agua era la mejor que habíamos encontrado desde hacía tres días. El dueño de casa era un hombre bien educado; nos sentamos a la mesa con la familia y se nos sirvió carne asada y caldo. (…). Hay en este lugar una iglesia pero no se practica culto
En 1823 “(…) llegamos a Punta del Agua, donde conseguimos buen hospedaje en lo tocante a provisiones, pero nos vimos obligados a colgar una frazada por ausencia de puerta en el cuarto. (…) A lo lejos veíamos la lista azul de la sierra de Córdoba que, situada exactamente en la línea, obliga al viajero a dar largo rodeo para evitarla. Encontramos una gran tropilla de guanacos, pero tan distante que los habría distinguido de las gamas.
(La posta es) “un conjunto de 4 o 5 chozas y posta, 32
leguas distante de Córdoba y 11 de San José, de donde habíamos partido. Nos
dijo la mujer del maestro de posta que aquí se contaba la mitad del camino
desde Buenos Aires a Mendoza.”
La posta de Punta del Agua fue decayendo, y hacia 1848 ya había cambiado el derrotero del camino del sur.
Desde Cañada de Lucas llegaba al Totoral, y en cambio de seguir hacia el
oeste, desviaba al sur, hacia la posta del Guanaco, luego seguía El
Tambito, Los Dos Árboles, llegando a Concepción del Río
Cuarto.
Era un recorrido en diagonal, desde Villa Nueva a Río Cuarto, en un trazado parecido al posterior tendido del tren.
En 1839 se encontraba en el Totoral como maestro de Posta don Gabriel Vázquez y su postillón Cruz Jara. Diría de él un juez:
Estos hombres
como se hallan poseídos debidamente de fortuna, con este orgullo, tratan de
llevar por delante una autoridad que solo se ciñe al cumplimiento de las
ordenes supremas.
El 20 de noviembre de 1849 falleció don José María Vázquez del Totoral, y se designó como maestro de postas a su esposa doña Ramona Oyarzabal.
También corría un camino de postas desde Pampayasta, pasando por Laguna Honda hacia La Carlota. En 1835 se menciona que la posta de Laguna Honda estaba atendida por una viuda, cuyo hijo se llamaba “Crisante” (sic). Y posiblemente pasaba también por Las Chilcas, ya que en 1849 consta “que don Domingo Suárez y don Luis Torres sean maestros de postas el primero de la Laguna Honda y el segundo de Las Chilcas, no se les ocupen sus personas, la de sus postillones y caballos en ningún otro servicio a fin de que se desempeñen en el que se hallan ligados”
Don Thomás Oyarzabal fue muchos años maestro de posta de Hernando, y en 1838 fue reemplazado por don José Ramírez, también vecino del lugar. Y en 1838 encontramos que don Juan Manuel López era el maestro de posta de Pampayasta.
En 1842 se menciona la posta Los Chañaritos, cercana a los Guanacos, y
el maestro de postas era don Manuel Tisera.
Los caminos cambiaban de continuo y se reducían a huellas.
Algunos años más tardes, cercanos a la época del trazado de la línea
del ferrocarril, se mencionan dos postas: la Aguará (a la altura del Km 50) y
la posta “las Perdices” (a la altura del Km 60) Las dos, estaban al este de lo
que fueron las vías.
Pronto llegaría el ferrocarril, con todo su aire de progreso, quedando en desuso las llamadas Postas.
El viejo camino, que tantas historias tejió, hoy queda en el recuerdo, pero aún permanece como vestigio de la última posta, la cercana a Dalmacio Vélez, en campo de la familia Baras, donde se han conservado las viejas paredes y vigas, preservadas por el amor a la historia, donde también hay leyendas de quienes la habitaron que alguna vez se encontró entre su adobe una cartera de cuero, de la época en que las noticias aún viajaban a caballo.
También existe una suave hondonada en los campos aledaños, que es fiel testimonio de su paso y por supuesto, los mitos, que, entre la gente de campo, se cuenta en algún asado.
Liliana Marescalchi